Al estudiar ciertos fenómenos simples, como la reacción de oxidación, por poner un ejemplo, el tiempo es solamente una variable más cuya influencia es también simple y, generalmente, bien conocida. En ciertos fenómenos más complejos como los relacionados con la vida y la mente, la influencia del tiempo es también más compleja y a veces sorprendente. En un artículo pasado hablaba de ciertos experimentos en psicología, esta vez sigo la misma línea y rescato un experimento quizá viejo pero vigente.

Es cierto, los acontecimientos naturales como el movimiento de los astros rigen nuestras actividades y comportamientos desde que existimos, pues son mucho más antiguos y sus escalas de tiempo mayores. Hay ejemplos bastante obvios, como nuestros ciclos de sueño/vigía y las épocas de siembra/cosecha. En los animales hay ejemplos más interesantes, relacionados con la reproducción y la muerte, como el caso del Salmón del Pacífico que cada año cruza el océano a nado, se interna en pequeños arroyos dejando de comer,  en donde con sus pocas energías nada contra la corriente, salta cascadas y alcanza a procrear (en específico, aventar el esperma o desovar) y finalmente morir.

Con el paso del tiempo, aprendimos a medir el tiempo (y no es redundancia) y a materializarlo con el reloj (acaso el verdugo de la sociedad moderna). Nos convertimos en sociedades que viven de acuerdo con éste y ya no con el tiempo de los acontecimientos. Más allá de la resistencia consciente o inconsciente de personas y sociedades enteras a aceptar los dictados del reloj, el debate sobre sus posibles consecuencias ha estado abierto desde hace tiempo y los científicos  inmiscuidos en él (¡faltaba más!). Tal es el ejemplo de Stanley Schachter y Larry P. Gross de la universidad de Columbia que en 1968 pusieron a prueba la relación entre la noción del tiempo y los hábitos alimenticios. Prácticamente, sugieren que si se manipula el tiempo, se manipulan los hábitos alimenticios de las personas y, en específico, de las personas obesas.

Stanley Schachter y Larry P. Gross de la universidad de Columbia en 1968 pusieron a prueba la relación entre la noción del tiempo y los hábitos alimenticios.

Stanley Schachter y Larry P. Gross de la universidad de Columbia, en 1968 pusieron a prueba la relación entre la noción del tiempo y los hábitos alimenticios.

El estudio lo realizaron en el internado de alumnos de la misma Universidad, la metodología fue utilizar relojes alterados: uno para avanzar más rápido y otro para avanzar más lento, de tal forma que a unos se les hacía creer que ya había pasado la hora de la cena y a otros que aún faltaba tiempo para esta.

Con el pretexto de que iban a participar en un estudio sobre reacciones fisiológicas y características psicológicas, cuando les colocaban un gel para electrodos en la cintura les solicitaban retirarse el reloj personal, dejándolo fuera de su alcance. De esta manera, durante el experimento que se realizaba en un cuarto cerrado, su única señal de tiempo era el reloj alterado. Los participantes  tenían la instrucción de servirse unas galletas que había en platos frente a ellos.

Los resultados mostraron que en las personas de peso normal el reloj no tuvo efecto, la hora no se relacionó con la cantidad de galletas ingeridas, sin embargo las personas obesas comieron más galletas cuando pensaron que ya había pasado la hora de la cena que cuando creyeron que todavía no era la hora de la cena.

Este estudio muestra la influencia que el reloj tiene sobre nosotros y nuestros hábitos, hasta qué punto decidimos qué hacer en base a la hora, qué tan incómodos nos sentimos al romper un horario determinado, ¿será que tenemos que replantear la puntualidad como un “buen” hábito en algunos aspectos? El tiempo y como nos influye aún tiene mucho que enseñarnos y hoy más que nunca la investigación debe seguir desarrollándose.

Inspiración y fuentes:

  • LEVINE, Robert. Una geografía del tiempo. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2006.
  • CEREJIDO, Marcelino; BLANCK-CEREJIDO, Fanny. La muerte y sus ventajas. Fondo de cultura económica, 2011.