El gobierno las clasifica en secretarías diferentes, las universidades las dividen en edificios diferentes y todavía en muchas escuelas de educación básica se enseñan como si no tuvieran una que ver con la otra. Es consecuente que a la ciencia y al arte (y todo lo que dividimos en este sistema: deporte, humanidades, etc.) los percibamos como dos cosas distintas que se desarrollan una independiente de la otra, alejado es creer que no tienen nada que ver, muchas veces es que simplemente no nos hemos dado cuenta.
En artículos pasados hablaba sobre experimentos que demuestran nuestra característica de no poner atención a todos los estímulos que percibimos, (lee: Un experimento divertido) y es que si no tuviéramos ese filtro, quizá sería insoportable vivir, como describe Jorge Luis Borges en su cuento Funes el memorioso. Tal vez tampoco sería tan placentero y es que el cerebro es una máquina de ordenar el mundo. Y en la capacidad de imponer ese orden en el caos de la experiencia, encontramos placer… origen común del arte y la ciencia.
Este motivador común se hace evidente en actividades que en otro tiempo eran tareas del artista y hoy ya se designan a la ciencia y tecnología. Resolver el acorde de una canción, antes era sólo tarea del músico, hoy podemos encontrar algoritmos matemáticos que nos formulen o completen una pieza musical. Como dato curioso, se dice que Bach dejó algunas de sus piezas incompletas, como acertijos matemáticos y lo que escuchamos de ellas es cómo las resolvieron otras personas.
Elegir qué palabra rima en una poesía, antes era una tarea del poeta solamente, ahora desarrollar un algoritmo de computación para encontrar rimas es una tarea del tecnólogo y con los avances de la inteligencia artificial se van sofisticando increíblemente estos programas. El placer que nos pueden producir realizar cada una de estas actividades responde a la característica cerebral de encontrar orden en el caos.
Por otro lado, si revisamos en la historia cómo se han elaborado las grandes y no tan grandes teorías en la ciencia, vamos a encontrarnos que hay una influencia muy significativa de la fantasía, las ideas personales, el azar y el contexto histórico, nada muy diferente a un proceso artístico. El que escribe ciencia es también escritor, que con ciertas reglas y libertades busca convencer a sus colegas y revisores, pero además y más importante (y he aquí una diferencia con el arte) describir los fenómenos de tal manera que resista el mayor número de pruebas.
El mundo sin arte no es mundo, y el mundo sin ciencia tampoco lo es, hay quienes suponen que las hacemos por ser favorables para la supervivencia y en general nos gusta hacer lo que es bueno para nuestra especie, el rechazo hacia alguna de estas actividades suele obedecer a causas culturales, no biológicas. En cada uno de nosotros coexiste la ciencia y el arte en diferentes dosis, fomentar y explorar nuevas áreas que nos parecen desconectadas, nos lleva a ideas sorprendentes que antes que nada, nos hacen ya mejores personas.