Como muchos otros niños, en mi infancia soñaba con ser astronauta, pero en la adolescencia mi plan de vida cambió. Creí que bastaba con cursar una carrera, vivir la vida y finalmente morir como todo y todos en este mundo. Así que después de la preparatoria me fui a vivir a Cancún donde empecé a estudiar ingeniería civil en el Instituto Tecnológico de Cancún pero no me fue nada bien. Cargando mi frustración regresé a mi ciudad de Mérida y en ese momento todo pasó por mi mente, menos seguir estudiando.

Siempre he sido inquieto y me gusta platicar, lo que me llevó a conocer personas interesantes que me ayudaron a aclarar mis ideas. Un día, casi sin darme cuenta, estaba allí intentándolo de nuevo, ingresé al Instituto Tecnológico de Mérida con una certeza: ¡aún quiero ser ingeniero civil! y puedo explicar la razón. Un ingeniero civil no es un “albañil con título” como dicen muchos cuando no conocen el valor que tiene esta profesión en la sociedad, ya que más allá de construir, diseñar o supervisar una obra, existen diversas áreas donde siempre hay algo que falta descubrir, innovar o inventar y yo quiero estar en ese proceso.

Poco a poco he ido descubriendo la cadena que conecta cada una de las ramas de la ingeniería civil que curso en la carrera, por ejemplo: el diseño de nuevos concretos o nuevas técnicas sirven en el estudio de la mecánica de suelos y las pruebas de laboratorio se usan para tener mejores resultados en cada exploración. Ahora entiendo que es necesario aplicar ciencias básicas como la química para conocer el comportamiento de las moléculas de agua al entrar en contacto con los minerales que componen el concreto, hasta llegar al fraguado o para decidir cuáles son los aditivos para lograr una resistencia mayor y duradera en los materiales de construcción.

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Otro ingrediente clave en mi vida ha sido el privilegio de nacer en una familia orgullosamente yucateca que siempre alimentó con charlas, paseos, libros y réplicas que adornan mi casa, el interés y admiración por nuestros ancestros mayas. Y ahora, ha llegado a mí la oportunidad de involucrarme en un tema de investigación real que une la ingeniería civil con mis raíces: los materiales cementantes usados en las construcciones prehispánicas de Yucatán, donde participarán arqueólogos del INAH e investigadores de CEMECyC, CINVESTAV y tal vez otros centros de investigación. Dichas construcciones tan emblemáticas están llenas de incógnitas: ¿cuáles eran las recetas de los cementos?, ¿eran pastas o morteros hechos de arcilla fina natural?, ¿será que tenían un uso rigurosamente específico en las construcciones? o ¿posiblemente eran concretos como los de hoy en día diseñados con cálculos matemáticos para soportar cargas más elevadas?, ¿cuál es la verdad detrás de la misteriosa manera en la que levantaban piedras colosales que hasta el día de hoy sólo la maquinaria pesada podría trasladar de un lugar a otro o elevarlas para su acomodo en la obra?

Todo lo anterior se resume en una sola pregunta básica pero compleja: ¿cómo era la mecánica de suelos que utilizaron nuestros ingenieros civiles prehispánicos? Esta especialidad la siguen ejerciendo con éxito mexicanos como el doctor en ingeniería Eulalio Juárez Badillo, egresado de la UNAM y Harvard, autor del libro “Mecánica de suelos”, cofundador en 1957 del instituto de ingeniería de la UNAM en y de la Sociedad de Mecánica de Suelos.

La mecánica de suelos es la aplicación de ciencias básicas como la física y la química en la ingeniería civil para conocer la estabilidad y la resistencia del suelo en el que se construirá una obra. Este estudio es de mucha importancia ya que por ahora todas las obras se edifican desde los suelos. También nos ayuda a determinar la composición de materiales como metales u otros minerales para la aligeración de las cargas o para dar mayor resistencia a vigas, trabes, e infinidad de parámetros que un ingeniero civil debe tener en cuenta para solucionar los problemas que se presentarán en su trabajo. Para esto no existen soluciones establecidas al 100%, se habla de rangos, cuantificaciones o aproximaciones y es necesario hacer cálculos de probabilidad y utilizar una diversidad de fórmulas matemáticas y físicas.

Es ahí donde siento despertar en mí el amor por la investigación y me gustaría contribuir a  descubrir secretos guardados por la historia y también a desarrollar tecnologías que aún no se vislumbran. Para mí no tiene lógica que la avanzada ingeniería civil de hoy pueda construir edificios altísimos y al mismo tiempo no ofrezca mejores soluciones a la reconstrucción de zonas arqueológicas; en ocasiones las restauraciones, víctimas del intemperismo, se resquebrajan y caen a los pocos meses cuando las partes originales llevan muchos siglos de pie. Es importante rescatar de alguna manera ese conocimiento.

Ahora que lo miro de lejos, mi sueño de niño pudiera sonar un poco loco si uno se pregunta ¿qué tiene que ver un astronauta con un ingeniero civil? Es verdad, parecen muy distintos y puede que lo sean. A un astronauta todos lo perciben como una persona dotada de conocimientos y aptitudes con los cuales es capaz de hacer descubrimientos valiosos para la humanidad. Ahora sé que tales descubrimientos se basan en desarrollo de tecnología, matemáticas, física, química, investigación y exploración, y da la casualidad que la ingeniería civil usa esas mismas herramientas, así que podríamos construir ¡muros en el espacio!

Corrección de estilo: Silvia Fernández Sabido, CEMECyC