Los microorganismos eran desconocidos hasta que Anton van Leeuwenhoek descubrió a través de sus lentes, fabricados por él mismo, la vida microbiana y no fue sino hasta 200 años después que Luis pasteur descubrió que los microorganismos eran los causantes de las enfermedades. Sin embargo, actualmente se sabe que los microbios representan una gran proporción de los organismos que habitan la tierra y son esenciales para la vida y los procesos bioquímicos en ella.
Los microbios son los responsables de convertir los elementos como carbono, nitrógeno, oxígeno y azufre en formas asimilables para todos los seres vivos. Los microorganismos están estrechamente asociados con las plantas y los animales haciendo que los nutrientes, metales y vitaminas sean disponibles para su hospedero. Sin embargo esta tarea no la hacen microorganismos de forma aislada sino que la llevan a cabo comunidades microbianas, es decir, diferentes microorganismos viviendo coordinadamente para contender con los cambios ambientales y / o para interactuar con otros organismos, tales como las plantas o animales, entre otros. A estas comunidades microbianas se les ha dado el nombre de consorcios microbianos.
Un consorcio es una comunidad microbiana estructurada de bacterias y hongos incrustada en una matriz polimérica conformada de polisacáridos, proteínas y ADN extracelular, producida por los mismos microorganismos. Vivir en comunidades les permite a los microorganismos adaptarse y sobrevivir incluso bajo cambios ambientales extremos, permitiéndoles vivir hasta en condiciones extremas, a nivel de pH, presión, altas dosis de radiaciones y temperaturas.
Estos consorcios microbianos son los que conviven con nosotros y nos ayudan a eliminar toxinas, digerir alimentos y protegernos de las enfermedades. Además son los que tienen la capacidad de eliminar los contaminantes del ambiente, como los derrames petroleros. Estas comunidades microbianas también son resistentes a los antibióticos, productos químicos desinfectantes y a la fagocitosis, y otros componentes del sistema de defensa inflamatoria del cuerpo y sí, también los pueden formar las bacterias patógenas.
Pero ¿qué hace tan resistentes y diversos a estos consorcios?. Los consorcios microbianos presentan un gradiente de nutrientes y oxígeno desde la parte superior hasta la parte central o inferior de la comunidad. Así las células bacterianas ubicadas en áreas con baja disponibilidad en nutrientes tienen una actividad metabólica disminuida y tiempos de duplicación más largos que las bacterias que habitan en ambientes ricos de nutrientes.
Estas células más o menos dormidas son las que le confieren la tolerancia a los antibióticos. Además, no solo tienen la capacidad de comunicarse mediante el contacto directo (célula-célula) sino también pueden hacerlo a través de señales químicas, tales como pequeñas moléculas como péptidos estimuladores de la competencia y autoinductores, que sensan el resto de la comunidad para que puedan adaptarse e ir creando su microambiente. De esta forma, se crea un proceso de diferenciación celular donde se presenta una división de trabajo. En este contexto, los microorganismos logran tener diversas formas y actividades dentro del consorcio, modificando su expresión genética.
Finalmente, podemos encontrar consorcios microbianos en todos los sitios imaginables y son parte de la vida diaria. Están desde aquellos involucrados en la producción de vinagre o yogur hasta aquellos que habitan en el intestino de los humanos pasando por los que se encuentran en las plantas y aquellos que provocan infecciones crónicas.