Nos podemos mover en la línea del tiempo hasta donde queramos y el hombre siempre ha tratado de explicar de qué estamos hechos. Quizá unos lo han hecho acertadamente y otros quizá no tanto; hemos buscado las respuestas en el cielo y en la tierra, cuando probablemente el esplendor de nuestra naturaleza se encuentra en nuestro interior, en cada una de nuestras células, contenida en una simple pero impresionante molécula llamada Ácido Desoxirribonucleico o ADN.
Hablemos de historia y de mis dos científicos favoritos: Charles Darwin y Gregorio Mendel, ambos nacidos durante el siglo XIX. Personajes ampliamente estudiados por su gran aportación en la comprensión evolutiva y genética respectivamente.
Por un lado Darwin se embarcó en un viaje en el que pudo colectar especímenes y observar cómo “las fuerzas naturales” pueden moldear a los organismos. El conjunto de sus observaciones y los diferentes análisis e interpretación de éstos lo condujo a publicar su famoso libro “El origen de las especies”, no dejando de lado el trabajo de su contemporáneo pero desafortunado William Wallace, proponiendo con una visión adelantada a su época cómo es que las especies evolucionan.
Gregorio Mendel, por otro lado, más reservado en exponer sus descubrimientos, trabajó con los guisantes. De alguna manera, a Mendel le llamó la atención los diferentes fenotipos (características visibles) que obtenía al reproducir sus guisantes, intrigado y sorprendido explicó de manera detallada y apoyado con datos experimentales que la diversidad de fenotipos se debían a un proceso de herencia que se transmite de generación en generación.
Aunado a su conocimiento matemático, su modelo experimental se ajustó a la perfección a un modelo matemático, dejándonos como legado tres importantes leyes que son la base de la genética clásica, donde unos fenotipos eran expresados y otros reprimidos; aunque después de varias generaciones estos surgían.
Darwin al igual que Mendel se preguntaba qué fuerzas o variables son capaces de guardar la información y transmitirla por generaciones o lo que Darwin conocía como especiación; aunque trataron de explicarlo, no fue hasta casi un siglo después, cuando Watson y Crick elucidaron la estructura del ADN, descubrimiento que permitió sentar las bases para describir que esta molécula es capaz de almacenar un código y contener la historia de cada uno de los seres vivos que habitaron y habitan este planeta. A partir de este momento comenzó una nueva forma de analizar y entender la vida misma de lo diminuto a lo inmensamente fabuloso, dando lugar a un sin fin de disciplinas, tales como la biología molecular que nos ha permitido entender y extender nuestro conocimiento del flujo de información entre la molécula de ADN y la culminación final de esta a fenotipos.
Desde el descubrimiento del ADN, hemos podido observar a detalle las diferencias entre los organismos y no solamente esas características visibles al ojo humano. Todo comenzó con la secuenciación de un gen, luego varios, hasta secuenciar genomas completos y todo este proceso no ha resultado fácil; sin embargo, nos ha permito generar nuevo conocimiento, sobre cómo se regulan y cómo se expresan los genes. Inclusive, hemos logrado expresar genes de interés en organismos modelo para estudiarlos y si bien aun no lo hemos entendido del todo, en el día a día de la investigación surgen nuevas teorías, hipótesis sobre cómo funcionan los organismos a nivel molecular.
Paralelo al surgimiento de toda esta información surge la necesidad de generar compendios de información provenientes de genomas individuales, tanto Procariotes como Eucariotes hasta datos de comunidades microbianas, e incluso sistemas tan complejos como lo son las relaciones simbióticas; y si escribiéramos toda esta información en papel seguramente llenaríamos estadios completos de libros, cada uno de estos con más de 500 hojas, por lo que se han desarrollado grandes almacenes informáticos conocidos como bases de datos.
En dichas bases de datos podemos encontrar todo tipo de información y que para su procesamiento y análisis significativo se han elaborado herramientas computacionales que nos permiten manejar las que humanamente serían imposibles de procesar, dando lugar a la bioinformática.
Actualmente, contamos con innumerables softwares especializados que nos permiten desde construir relaciones filogenéticas, predecir estructuras de proteínas para su mapeo o modificación, alineamiento de secuencias, hasta la comparación de genomas completos.
Este inmenso compendio de información abre la posibilidad de realizar análisis que nos permitan elucidar de qué manera se comportan los organismos a niveles tan complejos como el ADN, el ARN o las proteínas.
Podemos comparar desde el genoma, proteoma, transcriptoma, metaboloma y el fluxoma, con el fin de entender de qué estamos hechos y comprender esas pequeñas diferencias que nos hacen únicos a cada ser vivo, habitar distintos ambientes y distribuirnos a lo largo y ancho de la faz de la tierra. Esas características que nos hacen diferentes entre especies, esas diferencias que quizás Linneo pudo observar y que ahora son vislumbradas desde otra perspectiva.