Me senté por primera vez en el salón con dos prototipos de periodista en la cabeza: una era la reportera versión Paxton Andrews en la guerra de Vietnam, guapa y exitosa, siempre en busca de la justicia y la verdad, escudriñando todos los detalles, analizando con café, y el cuerpo destrozado una realidad (des)cubierta, y una Nikon en el cuello; la otra era la más banal, con la que todo el mundo molesta cuando les dices “quiero ser periodista”, y de un codazo te dicen: “¡ah, reportera!, de los que entrevistan a los ‘artistas’ y eso ¿no?” O “Ah, chismosa”. Podrán imaginar en qué categoría me veía.
Tardé dos meses en reproducir a mis estereotipos base hasta crear en mi cabeza a todo un gremio de personas con diferente currículum o sin él, dando tal o cual consejo, en diferentes ramas de la vida social, con mucho prestigio, poca valoración, ideales, etcétera. Y mis “periodistas” modelos se cayeron del avión en picada dentro de mis aspiraciones. Ya no quería ser como ellos. Ya no quería ser como ninguno. Y de todas formas no podía.
Pero lo más revelador fue ver con todo lo que un periodista se topa cuando sale de estudiar: líneas editoriales (oh, gran error el pensar que podría escribir como quisiera y de lo que quisiera), jefes vendidos que te hacen arrastrar la ética personal y un gran derivado de frustraciones, una horda de gente no preparada pero que cabe muy bien en los círculos donde se maneja la información, el riesgo de cometer des-información por la rapidez de los nuevos medios, los topes para hacer periodismo de investigación de calidad, el poco respaldo legal y de seguridad del periodista, el abuso de los medios a sus trabajadores que muchas veces se cuelgan del amor y pasión que se tiene al trabajo. Porque si algo me ha quedado claro es que para hacerlo hay que tenerle mucho amor y hasta asumir una que otra vez violencia en la relación con este oficio.
Cada vez que me mencionan que moriré de hambre en esta profesión, les contesto que si hubiera querido trabajar para hacerme rica, habría estudiado para otra cosa. Pero el periodismo es como una necesidad, una forma de vida, es para los que no pueden estar un segundo quietos, apagar la curiosidad, para los dinámicos, enérgicos, no sé si es requisito o algo que se desarrolla con el tiempo, pero pocas profesiones son así, o al menos no se me viene a la mente otra en la que se pueda descargar tanta energía.
A pesar de eso, no debe negarse que la profesión está muy mal valorada. Hace un tiempo, platicaba con un periodista ya bastante encaminado que acababa de rechazar uno de esos trabajos soñados aunque muy riesgosos: debía cubrir una serie de delitos que se estaban desarrollando en uno de los estados más peligrosos del país. “No me daban respaldo en cuanto a seguridad, ni ayuda legal ni nada, además lo que me pagaban no alcanzaba ni para viáticos”. En el periodismo se arriesga tanto o más que como piloto aviador y se paga como una carrera técnica. ¿Cuál es la explicación entonces de querer serlo? Sólo los afines a él pueden comprenderlo.
Ahora me siento en el mismo cuarto en las mismas sillas, ya no pensando en usar traje e ir a ruedas de prensa, ni en trabajar en algún periódico local ni atada a una agenda setting, ahora me veo dando saltos a las olas en esta carrera para crear mi propio avatar en la cofradía de los intranquilos.